EL MUNDO

"El mundo es eso -reveló-. Un montón de gente, un mar de fueguitos. Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás. No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y gente de fuego loco, que llena el aire de chispas. Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden la vida con tantas ganas que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca, se enciende". E. Galeano

Septiembre lejano

La vida era triste; Madrid lloraba su soledad en cada esquina de sus calles y ella agonizaba con él. El sol luchaba por salir entre las nubes pero ella estaba cansada de luchar.
Cuando vio sus ojos y sintió el vacío que desde aquel momento iba a dominarla, el amor descargó todo el veneno en su corazón. Bajó la vista y sintió una convulsión en su interior; aquella máquina estúpida estaba dejando de funcionar y ella no podía evitarlo.
No pronunciaron palabra en media hora; se limitaron a mirar los vasos y escuchar el insoportable sollozo que se desprendía de cada mesa, de cada silla, de cada coche que pasaba. La vida era triste y algo en ellos se iba muriendo.
En la desolación de aquel condenado a muerte un "te quiero" y un abrazo detuvieron de repente el tiempo y la angustia. Ya no había coches, ni gente, ni más vida en la ciudad que dos almas fundiéndose durante un eterno segundo en ese amor, que por ser tan efímero, a ella se le antojaba inmortal. Presintió que aquel momento era su vida, y aceptó la derrota del que es demasiado fuerte como para no dar la vida en un beso. Cumpliría su sentencia; no había manera de evitarlo.....
Sin embargo no conseguía desprender sus brazos de aquel cuerpo. Se aferraba a él como un enfermo se aferra a la vida, como un desesperado a su última esperanza... "Hasta siempre".... Y la noche la cegó. Madrid gritaba y ella tapaba sus oídos para no volverse loca. En un momento se le hizo insoportable la existencia y su alma expiró entre espasmos de dolor.
Hoy hace un año que vio por primera vez la luz en sus ojos, y aún no se ha quedado sin lágrimas. Pero sabe que mucho en su interior ha cambiado. De vez en cuando le lleva flores a su alma enterrada junto a ese adiós, pero todas las flores se marchitan. Sabe que la caja de cerillas se ha humedecido y que sólo él podría volver a producir fuego en su interior. Sabe que está vacía, que su corazón está seco, y apenas sobrevive porque no dejó de creer en los milagros (06/02/00)